domingo, 15 de agosto de 2010

Testigo de nuestra idiotez


Se despliega inmenso a un costado de la patria, tan bello de lejos, tan horrible de cerca (tan real). Al norte más limpio, al sur más contaminado, como en una húmeda metáfora porteña del gran Buenos Aires. Se mueve como un infante, con tal de atraer alguna mirada, pero el orgullo del progreso humano se negó a sucumbir a su inmensidad. Durante años, se le dio la espalda. Pueblo embelesado con su propio ombligo y sus “creaciones” de material. Mientras el gaucho copiaba sin cesar cualquier tipo de construcción que hablaba otro idioma, para sentirse menos lejos del “Mundo”, se fue alejando de la tierra.
Así los hijos de la revolución de Mayo, creyeron poder crear el escenario de sus 200 años, olvidando el verdadero espacio por el que estaban rodeados y fueron dejando atrás el ingrediente líquido que riega sus tierras. Pero él le lleva siglos de experiencia al hombre y aún cuando quisieron taparlo, nunca se retiró y está ahí mostrándoles a los inventores del colectivo lo extenso de su imbecilidad, porque allí flotan todas sus miserias, porque él fue testigo de la ruta de la piratería, porque él es tumba de los cuerpos de los sospechados y porque él es depósito de la paradoja del progreso industrial.
De a poco, los que padecieron bajo el poder de Carlos I, quisieron integrarlo, aunque más como un proyecto inmobiliario entonces su color ennegrecido no combinaba. Allí empezaron a preocuparse por comenzar, de a poco, a limpiarlo.
Hoy la cordillera, con los proyectos mineros, será la espalda, de la que nos quejaremos en algunos años.