miércoles, 14 de julio de 2010

De la cultura del amor y otros demonios


Se discute, se lo encasilla, se lo ostenta, se lo pretende enrejar, comprar y vender. Pero él no conoce de clases, no respeta instituciones, credos ni géneros. Es lo más anarquista del Ser humano (¿es de él?), incluso en contra de la voluntad de este primate evolucionado, pues nadie conoce de dónde viene, a dónde va, cuándo viene, cuándo se va. Nadie puede mostrar el título de su propiedad, pero todos alguna vez lo sintieron, lo experimentaron (aún sin comprenderlo).

El frío invernal pareció entumecer a muchos de los que predican y repiten su nombre, y sus cuerpos reunidos manifestaron su negativa a aceptar las distintas formas de su encarnación. Por otro lado, las palabras sobrevolaban un recinto gris y frío y se ahogaban en los nudos de corbata, sin que nadie las escuche y en otro rincón, las mismas rozaban el oído y penetraban en el interior de quien las espera ansioso. Nadie más que ellos, nadie es capaz de determinar su legalidad y dignidad. Ellos (quienes lo comparten) se sumergen en sus bocas, se zambullen, se fagocitan, se hacen uno (¿qué figura es esa para la ley?). Hay una lucha por legalizar aquello que no entiende de marcos jurídicos. Hay una discusión que divide aquello que debería unir.

Pero urge la necesidad de ser igualitarios, de integrar, de abrir el portón del sistema y dejarlos pasar a todos. Previamente, habrá que llenar un formulario, dar cuenta de civilidad y capacidad de decidir (¿?). Se discute, se encasilla, se ingresa y se enreja. Así los paisanos con más de 200 años de patria multiplicarán sus posibilidades de llegar a conocerlo, o creer conocerlo, aunque su modo de vida no se preste a que el los encuentre. No se forman para ello (pasan al lado de una persona que duerme en la calle, se quejan y siguen caminando como si hubiesen visto un pozo en la calle, entre otras). Se discute la forma y jamás el contenido.
Hoy la dignidad, la aceptación, la integración, la no discriminación parecerían tener relación(es) con heredar, con compartir una obra social.

Lo trivial se asegura, pero él seguirá flotando en el tiempo sin que nadie lo cace o case.