jueves, 9 de abril de 2009

Cuando las murallas no detienen lo inevitable.



Hay quienes tienen posibilidades materiales, culturales y económicas de progresar (si es que existe tal cosa para el hombre), y parecerían elegir siempre el camino errado. Éste grupo heterogéneo de personas (sin ánimos de generalizar), parecerían no vislumbrar lo que sucede, en definitiva crean su propia realidad.
Estos hombres y mujeres con aspiraciones medievales de grandes castillos alejados del vulgo, que parecieran hacer caso omiso a la “Declaración de los derechos del hombre”, que no se enteraron de la Revolución Francesa, de la declaración de los derechos humanos, de la caída del nazismo, de la abolición de la pena de muerte (salvo deshonrosos casos al sur del país de la supuesta Libertad) y del apartheid, entre otros hechos, y que en su versión criolla, continúan reclamando pena de muerte, generan una industria de la basura (en donde el último eslabón es un ser humano que revisa lo que otro considera desperdicio), ofrecen trabajos de esclavitud (en el campo, cosechando o en la ciudad, con teléfonos incorporados como un nuevo miembro de su cuerpo) entre otros males de los que en muchos casos no son culpables, pero si responsables dado su lugar de privilegio. Y es que desde su lugar podrían hacer tanto y hacen tan poco. Pero ¿deberían hacerlo?, ¿qué los obliga?. Parecería que no mucho. Entonces continúan por su senda de soluciones rápidas y fugaces como el impulso consumista que los guía. Y así de entre ellos emergió un nuevo mesías, nacido en San Isidro, que planea instaurar un murallón (de entre 4 y 7 cuadras de largo y con 3 metros de alto) entre su barrio y una zona humilde de San Fernando. De este brillante plan de ingeniería gaucha, se desprende: en principio que la ecuación es pobreza= delincuencia, por otro lado no hay ni siquiera una pizca de preocupación, por otro ser humano que se encuentra en una posición de desventaja económica, cultural y de salubridad, cuestión tan relevante en estos días, con la “amenaza” (algo mediática) del dengue. La solución entonces es, no mirarlo, no ver en las condiciones en las que vive, nunca intentar integrarlo (si es que eso es mejor). Subir las ventanillas del vidrio polarizado como dijo la ex candidata Moria Casan o comprarse una isla en Key West como hizo la última reivindicadora de la pena capital.
Ahora bien, sus paisajes serán más plácidos a la vista si las damas con tiempo, despliegan sus saberes de “naturalezas muertas” en los muros, pero del otro lado seguirá aquello que no quieren ver (como en un zumbido en el oído sin aparente emisor). Y en muchos de estos lugares más inhóspitos, se dan las condiciones materiales para que se críe el portador de en una revolución alada que transporta la ROJA sangre, que es capaz de sobrevolar muros y con un simple pinchazo que no entiende de clases, ni color, puede matar.